MANIFIESTO[1]
A los Nicaragüenses,
a los Centroamericanos, a la Raza Indohispana:
El hombre que de
su patria no exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser
oído, y no sólo ser oído sino también creído.
Soy nicaragüense y
me siento orgulloso de que en mis venas circule, mas que cualquiera, la
sangre india americana que por atavismo encierra el misterio de ser patriota
leal y sincero.
El vínculo de nacionalidad
me da derecho a sumir la responsabilidad de mis actos en las cuestiones
de Nicaragua y, por ende, de la América Central y de todo el Continente
de nuestra habla, sin importarme que los pesimistas y los cobardes me
den el título que a su calidad de eunucos más les acomode.
Soy trabajador de
la ciudad, artesano como se dice en este país, pero mi ideal campea
en un amplio horizonte de internacionalismo, en el derecho de
ser libre y de exigir justicia, aunque para alcanzar ese estado de perfección
sea necesario derramar la propia y la ajena sangre. Que soy plebeyo
dirán los oligarcas o sean las ocas del cenagal.
No importa: mi mayor
honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y el nervio
de la raza, los que hemos vivido postergados y a merced de los desvergonzados
sicarios que ayudaron a incubar el delito de alta traición: los conservadores
de Nicaragua que hirieron el corazón libre de la Patria y que nos perseguían
encarnizadamente como si no fuéramos hijos de una misma nación.
Hace diecisiete
años Adolfo Díaz y Emiliano Chamorro dejaron de ser nicaragüenses, porque
la ambición mató el derecho de su nacionalidad, pues ellos arrancaron
del asta la bandera que nos cubría a todos los nicaragüenses. Hoy esa
bandera ondea perezosa y humillada por la ingratitud e indiferencia
de sus hijos que no hacen un esfuerzo sobrehumano para libertarla de
las garras de la monstruosa águila de pico encorvado que se alimenta
con la sangre de este pueblo, mientras en el Campo Marte de Managua
flota la bandera que representa el asesinato de pueblos débiles y enemiga
de nuestra raza e idioma.
¿Quiénes son los
que ataron a mi patria al poste de la ignominia? Díaz y Chamorro y sus
secuaces que aún quieren tener derecho a gobernar esta desventurada
patria, apoyados por las bayonetas y las Springfield del invasor.
¡No! ¡Mil veces
no!
La revolución liberal
está en pie. Hay quienes no han traicionado, quienes no claudicaron
ni vendieron sus rifles para satisfacer la ambición de Moncada. Está
en pie y hoy más que nunca fortalecida, porque sólo quedan en ella elementos
de valor y abnegación.
Si desgraciadamente
Moncada el traidor faltó a sus deberes de militar y de patriota, no
fue porque la mayoria de los Jefes que formabamos en la Legion del Ejercito
Liberal fueramos analfabetas, y que pudiera, por ese motivo, imponernos
como emperador su desenfrenada ambicion. En las filas del liberalismo
hay hombres conscientes que saben interpretar los deberes que impone
el honor militar, asi como el decoro nacional, supuesto que el Ejercito
es la base fundamental en que descansa la honra de la Patria, y por
lo mismo no puede personalizar sus actos porque faltaria a sus deberes.
Yo juzgo a Moncada
ante la Historia y ante la Patria como un desertor de nuestras filas,
con el agravante de haberse pasado al enemigo
Nadie lo autorizo
a que abandonara las filas de la revolucion para que celebrar tratados
secretos con el enemigo, mayormente con los invasores de mi Patria.
Su jerarquia le obligaba a morir como hombre antes que aceptar la humillacion
de su Patria, de su Partido y de sus correligionarios.
¡Crimenes imperdonables
que reclama la vindicta!
Los pesimistas dirán
que soy muy pequeño para la obra que tengo emprendida; pero mi insignificancia
está sobrepujada por la altivez de mi corazón de patriota, y así juro
ante la Patria y ante la historia que mi espada defenderá, el decoro
nacional y que será redención para los oprimidos.
Acepto la invitación
a la lucha y yo mismo la provoco y al reto del invasor cobarde y de
los traidores de mi Patria, contesto con mi grito de combate y mi pecho
y el de mis soldados formarán murallas donde se lleguen a estrellar
legiones de los enemigos de Nicaragua. Podrá morir el último de mis
soldados, que son los soldados de la libertad de Nicaragua, pero antes,
más de un batallón de los vuestros, invasor rubio, habrán mordido el
polvo de mis agrestes montañas.
No seré Magdalena
que de rodillas implore el perdón de mis enemigos, que son los enemigos
de Nicaragua, porque creo que nadie tiene derecho en la tierra a ser
semidiós.
Quiero convencer
a los nicaragüenses fríos, a los centroamericanos indiferentes y a la
raza indohispana, que en una estribación de la cordillera andina, hay
un grupo de patriotas que sabrán luchar y morir como hombres, en lucha
abierta, defendiendo el decoro nacional.
Venid, gleba de
morfinómanos; venid a asesinarnos en nuestra propia tierra, que yo os
espero a pie firme al frente de mis patriotas soldados, sin importarme
el número de vosotros; pero tened presente que cuando esto suceda, la
destrucción de vuestra grandeza trepidará en el Capitolio de Washington,
enrojeciendo con vuestra sangre la esfera blanca que corona vuestra
famosa White House, antro donde maquináis vuestros crímenes.
Yo quiero asegurar
a los Gobiernos de Centro América, mayormente al de Honduras, que mi
actitud no debe preocuparle, creyendo que porque tengo elementos más
que suficientes, invadiría su territorio en actitud bélica para derrocarlo.
No. No soy un mercenario sino un patriota que no permite un ultraje
a nuestra soberanía.
Deseo que, ya que
la naturaleza ha dotado a nuestra patria de riquezas envidiables y nos
ha puesto como el punto de reunión del mundo y que ese privilegio natural
es el que ha dado lugar a que seamos codiciados hasta el extremo de
querernos esclavizar, por lo mismo anhelo romper la ligadura con que
nos ha atado el nefasto chamorrismo.
Nuestra joven patria,
esa morena tropical, debe ser la que ostente n su cabeza el gorro frigio
con el bellísimo lema que simboliza nuestra divisa Rojo y Negro
y no la violada por aventureros morfinómanos yankees traídos por cuatro
esperpentos que dicen haber nacido aquí en mi Patria.
El mundo sería un
desequilibrado permitiendo que sólo los Estados Unidos de Norte América
sean dueños de nuestro Canal, pues sería tanto como quedar a merced
de las decisiones del Coloso del Norte, de quién tendría que ser tributario;
los absorbentes de mala fe, que quieren aparecer como dueños sin que
justifiquen tal pretensión.
La civilización
exige que se abra el Canal de Nicaragua, pero que se haga con capital
de todo el mundo y no sea exclusivamente de Norte América, pues por
lo menos la mitad del valor de las construcciones deberá ser con capital
de la América Latina y la otra mitad de los demás países del mundo que
desean tener acciones en dicha empresa, y que los Estados Unidos de
Norte América sólo pueden tener los tres millones que les dieron a los
traidores Chamorro, Díaz y Cuadra Pasos; y Nicaragua, mi Patria, recibirá
los impuestos que en derecho y justicia le corresponden, con lo cual
tendríamos suficientes ingresos para cruzar de ferrocarriles todo nuestro
territorio y educar a nuestro pueblo en el verdadero ambiente de democracia
efectiva, y asimismo seamos respetados y no nos miren con el sangriento
desprecio que hoy sufrimos.
Pueblo hermano:
Al dejar expuestos
mis ardientes deseos por la defensa de la Patria, os acojo en mis filas
sin distinción de color político, siempre que vengais bien intencionados
para defender el decoro nacional, pues tened presente que a todos se puede
engañar con el tiempo, pero con el tiempo no se puede engañar a todos.
Mineral de San Albino,
Nueva Segovia, Nicaragua, C. A., Julio 1 de 1927.
Patria y Libertad
A. C. Sandino